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Construcción y mantenimiento de senderos: dos días en la vida de un voluntario

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Construcción y mantenimiento de senderos: dos días en la vida de un voluntario

Construcción y mantenimiento de senderos: dos días en la vida de un voluntario

Willem Dauwen/

17 de abril de 2024

Mi obsesión por los senderos y su estado de conservación comenzó mucho antes de ser ingeniero de control de calidad sénior en komoot. No es de extrañar que Trail View sea una de mis funciones favoritas: me encantan los puntos verdes en el mapa que muestran fotos de los caminos, pero me interesa todavía más ver cómo están construidos y si se mantienen bien. Una obsesión curiosa, ¿no? Todo tiene una explicación. Me gradué en plena crisis económica de 2008 y decidí retrasar lo que habría sido una búsqueda de trabajo desmoralizante para irme tres meses de voluntario a Estados Unidos. ¿El cometido? Construir senderos en algunos de los parques nacionales más famosos. Encontré una organización que me permitía trabajar como voluntario ambiental, ahorré algo de dinero haciendo trabajos esporádicos y crucé el charco. 

Parte de mi tiempo como voluntario incluía trabajar con el Servicio de Parques Nacionales (NPS, por sus siglas en inglés): la agencia encargada de mantener miles de kilómetros de senderos dentro de las áreas de conservación de Estados Unidos. En sus esfuerzos por garantizar la seguridad de los senderos, y cumpliendo estrictos protocolos de conservación, la agencia depende de la buena voluntad de personas con la capacidad física y la disposición de trabajar en su mantenimiento. Estar involucrado en la construcción de algo que la mayoría damos por sentado me hizo mirar los senderos con otros ojos, independientemente de si salgo a correr o a caminar.  

Uno de los proyectos que con más cariño recuerdo es The Grand Canyon Rock Work. Acompáñame a conocer el trabajo que se oculta tras cada sendero.

Martes, 7 de julio

Espero de pie fuera de uno de los edificios con los dormitorios. A mi lado, una mochila de 75 L, otra más pequeña de 35 L, botellas con capacidad para al menos 7,5 L de agua y una tienda individual. Lo básico para acampar ocho días en un destino remoto. Una furgoneta blanca con un remolque se detiene junto a la acera y varios voluntarios adormilados salen para estirar las piernas o ir al baño mientras yo meto mi equipaje.  

En el trayecto de dos horas al Gran Cañón, paramos a recoger dos neveras llenas hasta arriba de comida para ocho días: combustible para el grupo de voluntarios internacionales. Una vez que llegamos, montamos el campamento y preparamos el equipo para el día siguiente antes de una reunión obligatoria sobre seguridad para que todo el mundo sepa lo que tiene que hacer. Nos explican el plan para el primer día de trabajo y, después de una cena muy básica, nos vamos a dormir.

Miércoles, 8 de julio

Al amanecer, un extraño alarido del líder del grupo hace las veces de despertador. A pesar del sueño, nos hace sonreír antes de engullir cereales y café soluble. Mientras el sol se va asomando, preparamos la mochila: comida, agua y pastillas de electrolitos. ¡Todo listo para empezar el día! 

Nos montamos en la furgoneta y pronto llegamos a Yaki Point, el inicio del sendero Kaibab en la zona sur del Gran Cañón. Es el segundo camino más popular para bajar hasta Phantom Ranch, el único sitio donde alojarte dentro del barranco si no te gusta acampar. Los arrieros del Servicio de Parques Nacionales lo usan con las mulas constantemente para transportar provisiones al alojamiento. Este trajín provoca una gran erosión, de ahí que necesiten nuestra ayuda. El mal estado del empinado sendero presenta riesgo de tropiezos, así que nuestra labor consiste en utilizar las rocas rojizas circundantes para construir escalones.  

El NPS estipula claramente que los senderos del Gran Cañón tienen que ser lo más naturales posible. Eso significa que no se puede utilizar cemento, acero de refuerzo, mezclas químicas ni soluciones modernas como la resina epoxi. Evitar todos esos materiales nos obliga a recurrir a métodos tradicionales de mano de obra intensiva que llevamos a cabo en pequeños equipos dedicados a tareas concretas.  

Un equipo se encarga de localizar los bloques de roca, y cuando digo bloques, me refiero a pedruscos del tamaño de una vaca que se encuentran unos metros más arriba del sendero. Otro equipo los corta y los talla con martillos y cinceles hasta convertirlos en bloques de un tamaño más asequible (aproximadamente como las maletas de mano que se pueden subir a la cabina de un avión). Un tercer grupo las hace rodar sendero abajo utilizando una palanca y la gravedad. Al mismo tiempo, hay otro equipo dedicado a buscar pequeños cantos y guijarros que se utilizan como alternativa al cemento para formar una base plana sobre la que colocar los escalones de roca. Para delimitar el sendero, usamos bloques de roca a ambos lados. Esto evita que la gente se salga del camino y erosione las áreas circundantes, pero también que se pierda sin querer y corra el riesgo de sufrir algún percance.  

Una vez colocadas las rocas a los lados, recogemos piedras más pequeñas para tapar los agujeros creados por el tráfico continuo de mulas y dejar el sendero lo más liso posible. Es un trabajo extenuante.

Cerca de las cinco de la tarde recogemos las herramientas y ponemos rumbo al campamento. Hacemos unos estiramientos, comprobamos que nadie se ha quedado atrás, decimos el menú de la cena y repartimos las tareas. Por suerte, tenemos baños químicos portátiles, pero no duchas. Una capa seca de sudor y polvo rojizo nos cubre la piel, pero el agotamiento físico puede más que la preocupación por la higiene y a las nueve nos metemos en el saco de dormir sin miramientos.  

Esta rutina se repite los ocho días que estamos allí: cortar y tallar, buscar guijarros para la base y poner cada cosa en su sitio hasta que estos elementos individuales se convierten en el sendero que hemos venido a reconstruir.  

Cuando ahora vuelvo a leer el blog que escribí sobre aquella experiencia y recuerdo la cantidad de mano de obra que lleva hacer y mantener los senderos, no es de extrañar que ahora los mire con otros ojos.

Texto y fotos de Willen Dauwen

Willem Dauwen trabaja en el equipo de control de calidad de komoot, es decir, que prueba las nuevas funciones una y otra vez para asegurarse de que están listas antes de que lleguen a ti. Le encanta el trail running y disfrutar de la naturaleza belga con su familia.

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