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Tal para cual: sudor, miedo y amor en los Alpes suizos

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Tal para cual: sudor, miedo y amor en los Alpes suizos

Notes from Outside
/Número 13

Tal para cual: sudor, miedo y amor en los Alpes suizos

Nic Hardy
/Tiempo de lectura: 5 minutos

Las circunstancias que ponen a prueba o refuerzan una relación son muy variadas, pero la mayoría de las parejas nunca se ven en la tesitura de tomar una decisión que podría poner en riesgo sus vidas. Ese detalle es lo que hace esta 13.ª edición tan interesante. Un mes haciendo senderismo en los Alpes suizos fue un reto físico para Nic y James, pero también una atrevida apuesta para reforzar su identidad como pareja. Con un día a día marcado por el cansancio, el sudor y, a veces, el miedo, ¿serán capaces de completar la Ruta sin dejarse de hablar? Hasta aquí puedo leer. Espero que disfrutes de la historia. Y si estás pensando en una aventura alpina para 2024, echa un vistazo a la Colección.

Catherine

Redactora jefa de “Notes from Outside”

Eché a correr riendo a pleno pulmón. Una risa risueña e infantil que me subía y bajaba por la garganta al ritmo de los saltos que daba por el altiplano. No sé cómo, pero ya no sentía el peso de la mochila. Me di la vuelta y vi a James, sacudiendo la cabeza con una sonrisa en la cara. 

Era el día número 25 de nuestra caminata de un mes por el Sendero de los Puertos Alpinos en Suiza: un extenuante recorrido de 700 km con un desnivel positivo de nada más y nada menos que 38 000 metros. No sabría decir si mis piernas estaban más fuertes que antes de empezar la ruta o si estaba delirando, pero en ese momento me sentía pletórica.

Nos estábamos acercando a Alp Catogne. Abajo a nuestra derecha, veíamos el estrecho valle de Le Châtelard y, al otro lado, las aguas turquesas blanquecinas de Lac d’Emosson. Aunque era precioso, en este viaje habíamos admirado paisajes incluso más bonitos, así que no sé bien por qué elegí este preciso instante para dejarme llevar y desasirme de mis preocupaciones. Esa mañana, mientras buscaba canciones estimulantes en Spotify, había redescubierto el temazo de Simon Webbe de 2006 Coming Around Again perdido en una de mis listas. Además de vieja, era una cursilada de canción, sí, pero la Nic de 22 años se sabía la letra de memoria y la Nic de hoy todavía se acordaba. Estoy 99 % segura de que Simon Webbe no estaba pensando en cruzar un país a pie mientras la cantaba, pero a mí ese día me dio el subidón que necesitaba. 

Rebobinemos ahora al primer día de esta aventura, cogidos de la mano en el punto de inicio del Sendero de los Puertos Alpinos (la ruta nacional suiza de senderismo n.º 6). Estaba nerviosa porque nunca había hecho una ruta tan larga. El objetivo era completar un recorrido de 43 etapas en 31, algo que no asustaba en absoluto a mi novio, un pedazo de atleta con varios récords en su haber que ha logrado casi diez FKT (siglas en inglés de “tiempo más rápido conocido”). James es un crack del senderismo, pero a mí la idea me imponía bastante. En un mundo ideal, esta era una gran oportunidad para vivir juntos experiencias inolvidables, caminar de la mano por praderas alpinas en flor, celebrar nuestro amor y disfrutar de lo que podría convertirse en uno de los mejores momentos de nuestra vida. Pero a mí me atormentaba la ansiedad. Seguro que no podría seguirle el ritmo y se cabrearía conmigo. Y en los instantes de mayor tensión, no tendría donde esconderme. Y para colmo, ambos estaríamos cansados, sudados y susceptibles. ¿Tendríamos la paciencia necesaria para sobrevivir todo un mes y que nuestra relación saliera ilesa?

Tras los primeros días de aclimatación, nos metimos de lleno en el ritmo de la caminata. Cada mañana, nos despertaba la luz del amanecer que se colaba en la tienda, hacíamos una rutina de estiramientos y empezábamos a caminar. Me encantaría decir que, mientras ascendíamos y descendíamos puertos de montaña, teníamos largas y profundas conversaciones sobre lo que esperábamos del futuro y las cosas que lamentábamos del pasado. Pero, inevitablemente, siempre acabábamos hablando de qué comida nos gustaría comprar en el siguiente supermercado. La esquiva empanada de carne que tanto nos gusta en el Reino Unido y que nunca hacía acto de presencia en los sitios donde parábamos; los prácticos tubitos de mayonesa de la marca Thomy; el té helado de melocotón (y cuánto podríamos beber de una sentada). Y, por supuesto, queso, mucho queso.

En los tramos más técnicos, me quedaba callada. James sabía que ese silencio significaba que estaba nerviosa. Él bajaba el ritmo y me ayudaba con las partes difíciles: trabajo en equipo. Cuando llegaba una tormenta, era James quien tenía pánico. Se le dilataban las pupilas y su miedo era evidente. Yo, que confío en las estadísticas, no me preocupaba tanto por las tormentas. Estas montañas llevan siglos habitadas; las probabilidades de que nos alcance un rayo son mínimas. Independientemente del motivo, físico o psicológico, acordamos que quien lo estuviera pasando mal marcaría el paso, y la otra persona se adaptaría.

Pero ¿qué pasa cuando ambos lo estamos pasando mal? La etapa número 28 nos dio la oportunidad de averiguarlo. Cuando salimos del refugio en Lac de Salanfe, estaba lloviendo a cántaros, pero según el pronóstico solo duraría otra hora. Llaneamos un tramo junto al lago antes de tomar un desvío para empezar el ascenso hacia el puerto. Aquí bajamos un poco el ritmo. Las vacas nos miraban con ojos críticos, sin duda preguntándose que narices hacíamos allí. Cuando completamos un tercio de la subida al collado, la visibilidad había empeorado y la lluvia dio paso a la nieve.

Al principio, esta era más bien aguanieve, pero pronto empezó a cuajar y a formar una capa bastante gruesa. Prácticamente, todo a nuestro alrededor estaba blanco. Las marcas rojas de pintura eran la única indicación de que no nos habíamos salido del sendero. El terreno era muy escarpado hacia la izquierda: un paso en falso podría hacernos rodar montaña abajo, y no teníamos un piolet para detener la caída.

El corazón me iba a mil por hora. Nos paramos para decidir qué hacer. Darse la vuelta en una ruta de larga distancia no es una buena opción: el objetivo era avanzar, no retroceder. Solo nos quedaban cuatro días para terminar y ya habíamos comprado los vuelos de vuelta. Con muchas buenas razones para seguir adelante, vernos en esa situación nos resultaba muy frustrante.

Sin saber si el sendero mejoraría después del siguiente giro, decidimos continuar, pero tras 20 minutos, vimos claro que no podíamos seguir. No quería ser yo quien tomara la decisión, y a James le pasaba lo mismo. De repente, notó que el suelo se movía bajo sus pies y una expresión de miedo se le dibujó en la cara. “No deberíamos estar aquí; tendríamos que habernos dado la vuelta 200 metros más abajo”, dijo en tono exasperado. “Pues nos la damos ahora mismo”, respondí crispada. Pero no se movió. Ninguno de los dos quería continuar, pero tampoco volver sobre nuestros pasos.

Nos dimos un momento para asimilar lo que sentíamos: miedo y decepción. Sabíamos que darnos la vuelta significaba que no completaríamos la ruta. También nos sentíamos responsables el uno del otro. Pero lo más importante era decidir un nuevo plan de acción y ponerlo en práctica. Así que nos dimos la vuelta. Ya a salvo en el refugio, mientras tomábamos un té de menta y nos lamíamos las heridas, nos disculpamos por los malos modales. Las parejas no se suelen ver en situaciones extremas en las que tomar la decisión incorrecta podría poner a la otra persona en peligro. Es una prueba por la que la mayoría de las relaciones no tiene que pasar. Lo importante era que todo había salido bien. Tendríamos que acortar la ruta atajando por el valle, pero lo asumiríamos con deportividad; al fin y al cabo, era parte de la aventura.

Al final de la ruta, habíamos dormido en la tienda casi todas las noches, sobrevivido al mal tiempo y esquivado las lesiones. Además, yo estaba en mejor forma física y me sentía más fuerte mentalmente. No quería que terminase la aventura. La noche número 30, ya la última, sentados junto a la tienda ante una puesta de sol espectacular, fui consciente de todo lo que habíamos aprendido durante ese mes, tanto a nivel individual como de pareja. Al final de cada día, habíamos incorporado a nuestra rutina un momento de reflexión para tomar conciencia de lo que nos rodeaba. Las vistas, la brisa en la cara, la hierba entre los dedos, el trino de los pájaros... Era una oportunidad de inspirar profundamente y apreciar lo que teníamos. Me sentía agradecida por el sendero, por el delicioso queso y por James.

Texto y fotos de Nic Hardy

Nic Hardy es una aventurera de la ciudad inglesa de Sheffield. Después de más de una década dedicada a la gestión informática en el sector público, dejó su trabajo y vendió su casa, dispuesta a vivir aventuras y escribir sobre ellas. Desde entonces, ha coronado el Kilimanjaro, recorrido la región del monte M’Goun en la cordillera del Atlas en Marruecos, acampado por su cuenta en áreas remotas como el noroeste de Escocia y completado muchas caminatas de varios días en Europa y en Inglaterra.

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