komoot
  • Rutas
  • Planificador
  • Funciones
Adventure Hub
Notes from Outside

Papá y su primera aventura de bikepacking a los 66 años

Adventure Hub
Notes from Outside

Papá y su primera aventura de bikepacking a los 66 años

Notes from Outside
/Número 14

Papá y su primera aventura de bikepacking a los 66 años

Las gemelas Gehrig

/Tiempo de lectura: 7 minutos

La edad no es más que un número. Seguro que has oído esto alguna vez, pero ¿estás de acuerdo? Es este nuevo “Notes from Outside”, las mountain bikers profesionales Anita y Caro Gehrig nos cuentan la sorpresa que se llevaron cuando su padre, un hombre de 66 años nada aventurero (al menos no en lo que a actividades al aire libre se refiere), decidió apuntarse de manera espontánea a un viaje de bikepacking de cuatro días que estaban organizando. Teniendo en cuenta que llevaba más de veinte años sin acampar ni viajar con lo mínimo, las gemelas tenían mucha curiosidad por saber cómo saldría todo, ¡igual que yo cuando me enviaron la propuesta para esta historia! ¿Le dolería hasta el último hueso tras la primera noche en el suelo? ¿Cómo se tomaría la incertidumbre de improvisar un vivac cada noche? Sigue leyendo para averiguarlo.

Catherine

Redactora jefa de “Notes from Outside”

“¿Estáis planeando una aventura? ¡Quiero ir con vosotras!”, soltó nuestro padre, Karl, de 66 años.

Caro y yo nos miramos sorprendidas. Todo estaba ya planeado para nuestro viaje en bici desde el puerto suizo de Ofen hasta Florencia: íbamos a viajar con lo mínimo, a vivaquear donde pilláramos y a recorrer hasta 200 kilómetros al día. Para alguien que no había dormido al aire libre en 25 años y que, desde nuestro punto de vista, no era precisamente aventurero, su entusiasmo resultaba inesperado. No obstante, dijimos que sí sin pensárnoslo. Nos encantó la idea de hacer el viaje con nuestro padre. Lo único que necesitaba era una bicicleta decente, nosotras nos encargaríamos del resto.

La ruta comenzó en el frío puerto de Ofen, a una altitud de 2149 metros, donde las condiciones eran perfectas para hacer esquí de travesía. Por suerte, a lo lejos el paisaje mostraba síntomas primaverales. Estábamos deseando saber qué nos deparaban los cuatro días siguientes y, sobre todo, ver cómo se las arreglaba nuestro padre en su primer viaje de bikepacking.

El itinerario conducía a Tirol del Sur por una ciclovía sinuosa junto a campos de manzanos floridos. Teníamos por delante 200 kilómetros, así que debíamos apretar el paso. Nunca habíamos pedaleado tanto en un solo día, pero era casi todo cuesta abajo, así que, mientras planificábamos la ruta desde el sofá, pensamos: “Esto está chupado”. Con lo que no contábamos era con el viento en contra que nos azotó todo el día. El primer reto para nuestro padre. Menos mal que está en una forma envidiable, porque hasta Caro y yo tuvimos que esforzarnos al máximo para no tirar la toalla. Unas horas más tarde, apestando a sudor y algo deslucidos, estábamos sentados en un pozo en un pueblito, zampando pizza como si se fuera a acabar el mundo. Caro y yo no pudimos evitar reírnos. “Papá, menudo crack estás hecho. En plena calle, con unas cajas grasientas de pizza y unas cervezas, y se te ve en tu salsa”. No había duda: su primer día había sido un éxito rotundo.

Esa noche, montamos el vivac junto a la ciclovía, a orillas del río Adigio. Nuestro padre se encontró con su segundo reto: no tenía ni idea de cómo organizarse para dormir. Nos armamos de paciencia y le enseñamos lo que tenía que hacer. Poco después, nos quedamos dormidos escuchando los ritmos de la naturaleza y el murmullo lejano de la autovía.

Un grupo de ciclistas nos despertó temprano con el ronroneo de sus bujes. Tras una mirada sorprendida y unas risas, desaparecieron por el camino. Había llegado el momento de la verdad: ¿cómo había dormido papá después de dos décadas sin acampar? Me esperaba algo como “me duele todo” o “menuda tortícolis”. Pero nos sorprendió de nuevo. Estaba de un humor excelente y entusiasmado ante un nuevo día sobre dos ruedas.

Después de un desayuno frugal a base de café y copos de avena, estábamos listos para salir. O casi. A papá se le resistía el arte de guardar el material en las minúsculas bolsas de la bicicleta. Había llegado el primer reto al que no fue capaz de hacer frente. Tras varios intentos desesperados de meter y sacar sus siete objetos de la bolsa, admitió la derrota y nos vimos obligadas a intervenir. Nos esperaban 150 kilómetros, así que teníamos que ponernos en marcha cuanto antes.

Fue un día estupendo. Soleado, con una temperatura agradable (nada que ver con el frío del puerto de Ofen) y abundante comida. Paramos a comer en la pintoresca localidad portuaria de Peschiera del Garda, donde nos dimos el capricho de comprar unas hamburguesas y degustarlas junto al lago. Unas horas más tarde, llegamos a Santa Caterina y, con un total de 350 kilómetros a las espaldas (incluidos 50 de un sendero lleno de baches), lo celebramos con un baño en la fuente del pueblo. Las miradas perplejas de la población local no lograron disuadir a papá, que se lo tomó como una especie de bautismo de bikepacker. Todo parecía indicar que, después de todo, sí tenía espíritu aventurero.

La segunda noche vivaqueamos junto a la linde de un bosque y nos despertamos llenos de energía. Nos vendría bien, porque el pronóstico del tiempo nos alertó de la llegada de lluvia, así que no había tiempo que perder. Apenas salimos de los sacos, servimos un café a papá y Caro y yo comenzamos a levantar el campamento. Pensándolo ahora, me resulta muy curioso cómo se habían invertido los papeles. Durante prácticamente la mitad de nuestras vidas, nuestro padre nos había cuidado a nosotras, pero ahora éramos nosotras las que nos encargábamos de la logística: planificación de la ruta, el tiempo, la comida, montar y desmontar el campamento... Él había venido de acompañante.

Tras una salida algo apresurada, paramos en Módena para relajarnos con un capuchino y degustar un copioso segundo desayuno. Era el momento oportuno, porque el mal tiempo nos había alcanzado y grandes gotas de lluvia se estrellaban contra el suelo en la calle. Papá estaba a punto de disfrutar de otra experiencia de bikepacking imprescindible: llegar a un bar y darse una comilona con todo lo que tienen en la carta.

Con los estómagos bien llenos, dejamos atrás la ciudad y pronto vislumbramos las primeras montañas de los Apeninos en el horizonte. Ya estábamos cerca de la Toscana. Pero llegar al destino que nos habíamos marcado para ese día nos costó bastante: las piernas cansadas nos empezaban a pasar factura en las pronunciadas pendientes. Sin embargo, cuanto más nos acercábamos al lago de Suviana, más animados estábamos, pues nos esperaba un chapuzón en sus aguas cristalinas. 

Tiritando de frío, pero satisfechos, nos sentamos en la orilla, abrigados con toda la ropa que teníamos. Papá tenía por delante el último gran reto de la aventura: lluvia y temperaturas inferiores a los 10 ºC. No había campings abiertos, y le preocupaba no saber dónde íbamos a dormir. Pasar la noche junto al lago no era una opción viable, a menos que quisiéramos acabar empapados. Finalmente, tuvimos suerte de encontrar una casa vacía con una pequeña terraza cubierta. Necesitábamos refugiarnos de la lluvia, así que decidimos acampar allí y esperar que todo saliera bien. Acostados en los sacos de vivac, pensamos en Florencia, el destino final de la aventura (a tan solo medio día de viaje), y logramos olvidarnos de la fuerte lluvia. 

Por la mañana, apretujamos el material mojado en las bolsas y pedaleamos los últimos 65 kilómetros. Se hicieron un poco cuesta arriba debido al frío y la humedad, pero el esfuerzo se vio recompensado en la Accademia del Caffè Espresso, donde habíamos acordado encontrarnos con un patrocinador.  

Todo el mundo estaba impresionado con el logro de nuestro padre, incluidas nosotras. Caro y yo nos miramos, esta vez más con orgullo que con sorpresa. Bravo por nuestro padre, que con su pelo blanco y su poca pinta de aventurero, se lo había pasado genial en su primer viaje de bikepacking a los 66 años. Sin duda, una hazaña digna de celebración.

Texto y fotos de Caro y Anita Gehrig

Las gemelas suizas Caro y Anita Gehrig son mountain bikers profesionales. Lo que más les gusta es estar al aire libre, a poder ser subidas en la bici y sintiendo la adrenalina por todo el cuerpo. Sus salidas favoritas son las que ponen a prueba sus límites.

/ Ver más números

/

Número 19

La Montaña de la Mesa: un universo paralelo

Catherine

/Tiempo de lectura: 5 minutos
/

Número 18

Un viaje de bikepacking por toda una vida con neurodivergencia

Scott Cornish

/Tiempo de lectura: 7 minutos